Su esposa se lo había dicho antes de salir de casa,
tenía un extraño presentimiento. Querido, hoy no va a ser un buen día, sería
mejor que te quedaras en la cama descansando. Su esposo convivía con el peligro
y la muerte, cualquier día podía ser el último que lo viera con vida.
Y a sí fue, ese día detuvieron a su esposo.
-"No debiste haberte casado con él, nunca fue un
buen hombre", le dijo su madre, hoy estás pagando las consecuencias de una
mala elección.
Ella ya lo sabía, pero eso no impedía ni disminuía el
amor que sentía por él. Su esposo era un ladrón y lo acababan de apresar. No la
asustaba que estuviese preso, ya había pasado por esa situación antes. Lo
dramático era que esta vez no habría misericordia del juez y la sentencia era
inapelable. La condena que solicitaba el fiscal a un tribunal con sed de
justicia, era de muerte y no una muerte cualquiera, sino muerte de cruz.
La mujer que tanto amaba a su esposo no dejaba de
darle vueltas en su cabeza. Tal vez lo perdieron las malas compañías, reflexionó
mientras recorría la calle principal, porque su socio en las andadas, también
sería crucificado junto con él. De todos modos ya no importa buscar culpables,
lo cierto es que su esposo iba a terminar como ella había soñado y temido
tantas veces. Iba a morir de la peor de las muertes, la más humillante, la más
cruel y atroz. La mujer no pudo despedirse de su amado, para los ladrones no
hay privilegios, ni concesiones. No hay piedad, ni un último deseo para los
condenados al madero.
En el horizonte se divisan tres cruces, la de su
esposo, la de su compañero y la de un desconocido. Ella reconoce a su marido y
al otro ladrón, pero le resta importancia al tercero; quizás sea otro que deje
a otra viuda en el olvido y la desgracia.
El cuadro es estremecedor. No la culpen a ella por no
llorar, ya había gastado todas sus lágrimas en una vida miserable junto a quien
le prometió amor eterno y ahora cuelga de una cruz. No quiere mirar a su
esposo, está allí, prefiere recordarlo de otra manera.
El otro de los ladrones insulta al desconocido de la
cruz que estaba entre los dos. Y una voz conocida, pero imperceptible,
pronuncia algunas débiles palabras. "Acuérdate de mi, cuando vengas en tu
reino" Era la inconfundible voz de
su esposo, sin duda, hablándole al desconocido. "Hoy estarás conmigo en el
paraíso", le responde, como si en su condición pudiese prometer algo.
La mujer levanta la vista por primera vez. Tal vez
para mirar a los ojos de su esposo una última vez o tal vez para entender el
diálogo tan extraño que acaba de oír. El socio de su esposo acaba de morir. El
desconocido parece realmente un inocente que paga por algo que jamás cometió y
su esposo sonríe. No tendría porqué hacerlo, no hay razones. Hizo de su vida un
mundo miserable y está colgando de una cruz frente a miles de ciudadanos que
claman justicia. Pero el ladrón se encuentra con la mirada de su esposa y le
sonríe. Es como un último gesto queriéndole decir que todo estará bien, a pesar
de todo.
La mujer no entendió bien el diálogo de los
condenados, pero presiente que algo había cambiado. Algo debe haber ocurrido
allí en lo alto de aquellas cruces, porque de pronto empieza a pensar que su
esposo finalmente encontró algo distinto.
Su esposo cuelga de un madero, pero inexplicablemente,
irracionalmente, sonríe. Ella le devuelve el gesto en silencio, ese que sólo
pueden interpretar los que se han amado de verdad. Sabe que no puede implorar
justicia y mucho menos misericordia y que su esposo está pagando por robos y
crímenes cometidos durante muchos años. Pero ahora, la última sonrisa de su
esposo le devuelve la calma. Por la sonrisa que se dibuja en su rostro no
parece estar sufriendo en una cruz, al contrario, parece estar lleno de gozo y
felicidad.
Por la vida que llevó durante tantos años, no merecía
ningún tipo de contemplación, ni de perdón, ni siquiera una digna sepultura.
Pero alguien, tan condenado como él, le prometió el paraíso. Su esposo se había
encontrado con la gracia en el minuto final, segundos antes de la muerte.
Ese, no iba a ser un buen día y evidentemente no
existía la posibilidad de que terminara bien. Su esposo ha dejado de respirar,
pero nadie se explica por qué sonríe y ella sólo puede reflexionar: Si para
llegar al paraíso tenía que pasar por la cruz, valió la pena haberse levantado.
Jesucristo a través de su gracia y misericordia,
espera tu decisión hasta tu último suspiro. Es posible que hayas tenido una
vida llena de pecado, quizás has robado, asesinado, no importa. La Ley siempre
te condenará, entre otras cosas, porque eres culpable, pero Jesucristo te está
esperando para que puedas experimentar Su perdón, misericordia y amor
incondicional.
“Te aconsejo que no esperes a estar en una situación
tan comprometida como el protagonista de esta historia”
Amén!! Que hermosa reflexión.... Gracias.
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