Un rabino estaba paseando en un campo donde vio un hombre
de edad muy avanzada plantando un roble. “¿Por qué usted está plantando este
árbol?”, preguntó él. ¡Ciertamente usted no esperará vivir lo suficiente para
ver este roble crecer! El hombre contestó: “Mis antepasados plantaron árboles
no para ellos mismos, sino para que nosotros pudiésemos apreciar sus sombras y
frutos. Estoy haciendo lo mismo para aquellos que vendrán después mí.”
¿Qué estamos plantando para nuestros hijos, amigos y
hermanos? ¿Nos hemos preocupado con nuestras actitudes, para que éstas sirvan
de semilla de bendiciones capaces de producir frutos en la vida de aquellos que
nos conocen? ¿Nuestras atenciones están enfocadas en nuestros intereses
personales e inmediatos o comprendemos que Dios nos colocó como luces para
alumbrar el camino de muchos que serán tocados de alguna manera con nuestra
vida?
Cuando plantamos amor y respeto, nuestra casa crece
produciendo flores y frutos de amor y respeto. Cuando plantamos sonrisa y
amistad, nuestra vecindad se transforma en ambiente de alegría y compañerismo.
Cuando plantamos dedicación y fidelidad, nuestra iglesia
contagia el local donde está construida.
Cuando estamos al servicio del Señor no pensamos en la
belleza y perfume que nuestras vidas disfrutarán de aquél jardín, sino en los
millares que pasarán por el mismo jardín y en el encanto que producirá en sus
vidas y familias.
Alegrémonos por ser jardineros de Cristo y el Señor Jesús
se alegra porque trabajamos para Su gloria y honor.
La bendición de nuestro trabajo en el jardín del Señor
producirá frutos por toda la eternidad.
“Mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará
vida eterna” (Gálatas 6:8)
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